martes, 10 de abril de 2012

Orgullosos de tu grandeza


                                                                                                             Santomera, 10 Abril de 2012

Querido Abuelo:
              
                   este mes hace un año que te marchaste y es mi deseo junto el de tantas personas que te queremos, poder decirte lo que sentimos, igual que si estuvieras aquí a mi lado, con emoción, respeto y una grandísima admiración. Nuestros recuerdos siguen vivos y cuanto más tiempo transcurre más importante me parece aquella lucha continua que fue tu vida en busca de la felicidad.

Tu marcha fue muy difícil. Durante mucho tiempo en la oscuridad de la noche me despertaba con la esperanza de volver a verte. Estaba segura de que de alguna manera volverías, pero solo pudo ser en sueños. Cuando alguna vez hablábamos de mi futuro, tu siempre me decías que no tuviera miedo y me contabas alguna de esas hazañas que hoy tanto extraño. Hazañas que hasta que no he madurado, no las entendía. Pero hoy, me doy cuenta de la gran razón que tenías por lo que tus recuerdos y tus consejos los he tenido siempre tan presentes.

Nunca se me irá de la memoria la primera vez que entré en tu casa tras tu marcha, tres meses después. Pensaba que al entrar me daría miedo, que no quería verla tan vacía sin tu presencia, pero a pesar de todo, me dí cuenta que tenía que entrar con orgullo y sintiéndote más cerca de lo que en verdad estabas. Lo primero que vi al entrar fue tu silla de ruedas, en la que te imaginé montado tan bien vestido, afeitado y con tu perfume y diciendo “Fina, sácame al portal” y me sonreías. A lo largo del pasillo que recorre tu casa, te vi viniendo hacia mí para darme dos besos, cuando aún podías andar. Pero lo que más me impactó en el corazón fue cuando bajaba por la escalera del sótano y vi el aljibe. Hace muchos años me ponía de pie en una silla para ver por el borde cómo subías el agua en ese cubo de metal, y me decías con toda tu dulzura “Pruébala, verás que buena”. 

Muchos más recuerdos siguen latentes en mi corazón y no se van, a pesar de que ahora estés con Dios, porque todo lo que has echo en vida conmigo y con todos nosotros no se borra y mucho menos se olvida.  Has sido muy grande ELOY, un hombre humilde y entregado por completo a su familia. Trabajador como el que más, que hasta en sus peores momentos luchaba por levantarse de la cama y ayudar. Marcado por una sociedad llena de pobreza, en la que si querías ser alguien, tenias que luchar desde abajo. Cuyo lema era la honradez y el esfuerzo. Era feliz con reunir a su familia los sábados y mientras contaba alguna anécdota beberse su “chatico de vino”. Compañero de su amada esposa, que piensa en él todos y cada uno de los días y pide por su alma. Padre de tres hijos, que te anhelan y te dan gracias por ser quién hoy son. Y abuelo de seis nietos, que te queremos y nunca te olvidaremos.

Que Cristo te dé la corona que no se marchita y el premio de los bienaventurados. Nos volveremos a ver en la Gloria, esperame y pide por mí.



                                                                                                       Tu nieta, que te quiere.