jueves, 8 de diciembre de 2011

La lluvia en mi tejado

Cada día, es uno nuevo, uno diferente y esperanzado porque sea bueno.
Cada día es un regalo, cada amanecer es el mejor tesoro de nuestros ojos al poder contemplarlo, cada rayo de sol es una muestra de vida.
No sólo es importante, sino que si no hubiera día significaría que no existimos, que no hay vida.
Muchas son las veces en la vida cotidiana de una persona en las que nos levantamos pensando que no hay día, que es oscuro y que la lluvia cae sin cesar como muestra de la tristeza que tiene el cielo por no haber Sol. Otras muchas, el cielo está nublado, a penas se ve una simple muestra de vida...
Pero lo más maravilloso del mundo, es levantarte y al abrir la cortina de la ventana de la habitación, encuentres frente a ti un gigante, redondo y hermoso Sol que anula todas las posibilidades de tristeza porque no haya día, que llena nuestra alma de luz e ilumina el corazón.


Una noche me acosté pensando que mi vida era la más afortunada, que de todas las personas buenas y honradas que hay, yo había triunfado y por eso me pertenecía. Era una niña de nuevo, un ser que no tenía maldad, algo abstracto ante los ojos de la crueldad. Pensaba que la noche era noche porque el cielo descansaba y que el día era día porque el Sol salía. Pero un día, no se hizo de día. Al siguiente, tampoco salió la luz del Sol y nada más que hacía llover y llover. Solamente me dejaba llevar por el ruido que hacía la lluvia cuando caía en mi tejado, dejándolo mojado y, cuando la lluvia era muy intensa, bollado.


Pasaban los días y seguía sin hacerse de día, la noche era eterna desde la ventana de mi habitación. Sola, sentada en mi silla de escritorio y con las lágrimas que caían sobre el papel que escribía como la lluvia caía en mi tejado. Cada vez me hacía más fuerte, me concienciaba de que el día ya no era día. Podía dejar caer la lluvia sobre mi casa vacía, ya no me molestaba. Podía aguantar las lágrimas caer sobre el papel, y dejarlas salir luego. No me daba miedo llorar de vez en cuando. Incluso aunque me deprimiera que el día estuviera lejos, intentaba estar bien. Pero, no lo conseguía.


Lo que más duele, fue estar tan cerca y tener tanto que decir y ver el Sol marchar y nunca saber qué día podría haber sido. Y no darte cuenta que amarte es lo único que intentaba.

Pero un día un nuevo Sol, más radiante y dispuesto a darme esa vida que daba por perdida, salió para iluminarme el camino y sacarme de esa habitación tan oscura en la que estaba encerrada por el miedo a encontrar el camino que me llevara de nuevo a tu lado.